Uno de los problemas que debe enfrentar todo aquel que desee dejar de fumar, es el más que posible aumento de peso. Pero, ¿por qué se produce? ¿Cómo evitarlo?
El componente adictivo del tabaco, la nicotina, controla el apetito cuando el fumador tiene bajos niveles de glucosa en la sangre debido a su capacidad hiperglucémica, es decir, reduce la función de un órgano importante para la digestión, asimilación y aprovechamiento de los alimentos (la vesícula biliar) y disminuye así los movimientos musculares del estómago e intestinos que son necesarios para la digestión de los alimentos.
El metabolismo basal de las personas fumadoras presenta 200 Kcal. extras que, con la producción de calor o termogénesis, se eleva a su vez en un 6% respecto a las personas no fumadoras. Al ralentizarse el metabolismo al que solía estar acostumbrado el cuerpo, se aumenta de peso. Por otro lado, el estrés y la ansiedad también aumentan relativamente a la par que lo hace la adrenalina. Todo ello, sumado a determinados aspectos psicológicos, provoca que se ingiera una mayor cantidad de alimentos y, como consecuencia, se tienda a llevar una dieta más calórica. El aumento de peso transitorio suele ser de unos 5 kg. en los primeros cuatro meses.
Las personas que dejan el tabaco, por fortuna, recuperan y mejoran la capacidad gustativa y olfativa. Los niveles de secreción ácida a nivel digestivo, además, se normalizan y mejoran los movimientos de las paredes intestinales. De este modo, la digestión de los nutrientes de los alimentos es más eficaz.
Si nuestra conducta alimentaria es adecuada y, lo más importante, se practica una actividad física regular, dejar de fumar no tiene por qué implicar un aumento de peso. La actividad física elimina el estrés y descarga adrenalina, y las endorfinas que se producen despertarán una sensación similar a lo que antes era la nicotina.
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